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Capítulo II

5/2/12


Capítulo II: Cortejos del demonio
Yo juro que vale más ser de baja condición y codearse alegremente con gentes humildes, que no encontrarse muy encumbrado, con una resplandeciente pesadumbre y llevar una dorada tristeza.

Estaba alarmada, completamente preocupada. Shockeada. Atónita ante lo que había visto, aun cuando regresé al castillo y me encerré en mi habitación, no podía creer en lo absoluto lo que había visto. ¿Vladimir en aquella reunión? ¿Por qué razón? Me enmarañaba, ansiaba descubrir respuestas, pero no se me venía la mínima a la cabeza; lo que más me tenía preocupada era que él me había visto, su sonrisa despreocupada, y a la vez pícara, su mirada amenazadora, y aquella postura ecuánime, elegante, tan falsaria. Era una enorme careta, una máscara de cerámica a base de mentiras, de ello estaba plenariamente segura.

Llegué al castillo casi al amanecer, me fue un poco complicado entrar por la cocina sin que me viese alguna de las criadas, todas estarían en mi contra, ya que eran fervientes a la figura de Vladimir. No quería levantar sospechas, muchos menos que papá se enterara de que había salido a altas horas de la noche a un lugar de ese tipo.

Cuando hube entrado a mi habitación y cambiado de ropa, reflexioné en una cosa; si era cautelosa, nadie se enteraría, ya que quizá a Vladimir tampoco le convendría que alguien se enterase de su estancia en ese lugar. ¿Qué excusa pondría? ¡Ese era un punto a favor! Nadie diría nada, ni él, ni yo por supuesto.

Me tumbé en mi cama, mirado el techo vacío de aquella habitación. Estaba sumamente cansada, cerré lentamente los ojos dejándome llevar por el mismísimo silencio de mí alrededor, segundos después, me quedé completamente dormida.

Hasta que sentí un leve golpeteo en la puerta, era una de las criadas, una mujer quizá un par de años mayor que yo, creo que se llamaba Magdalena. La chica luego de tocar la madera de la puerta, asomó su cabeza levemente

-¿está bien, my lady?- inquirió con una voz dulce y sosegada

-eeh, si, ¿Qué sucede?- dije, frotándome los ojos con mis muñecas, y sentándome en mi cama

-su padre está algo preocupado porque no bajó a desayunar, quiere saber si se encuentra bien, y si podría bajar en un rato al salón, está reunido con el señor Vladimir-

Al escuchar ese nombre el sueño se me desvaneció. Estaba con mi padre, me mordí el labio inferior nerviosa, asentí ligeramente dándole a entender a la chica  que había entendido las ordenes de mi padre. La misma solo cerró la puerta y se marchó. ¡Demonios!, estaba ahí con mi padre, quien sabe hablando de que. Me levanté de la cama, dejando las sábanas de seda color azul cielo caerse al suelo, junto a la alfombra.

Me miré al espejo, ahí en esa pequeña peinadora habían esencias, maquillaje, y demás cosméticos de la época para lograr hacerme peinados y esas cosas. Siempre los obviaba, esa mañana noté que tenía un rostro cansado y mejillas pálidas. Suspiré y me di varios golpes en mis mejillas intentando sacar rubor, y dejar los nervios.

Llegué hasta una pequeña mesa donde yacía una pequeña bandeja de plata con agua dentro de sí, siempre la dejaban temprano en la mañana, cuando me lavé el rostro y sequé lo recordé: Magdalena siempre iba allí a cambiarlo temprano, ¿acaso había entrado cuando yo estaba dormida? ¿O… cuando yo no estaba?

Maldije unas seis veces más, estaba entre la espada y la pared. Tendría que bajar, pero sin saber con qué me esperaba, y esa era una de las cosas que enserio me sacaban de quicio. Por lo general, me gusta saber que sucederá después, estar segura de todos mis movimientos, tener quizá el control de las escenas, sus causas y sus consecuencias, pero ahora había sucumbido en un juego que no tenía mis mismos parámetros, las reglas que yo había creado.

Decidí bajar de una buena vez, dejar de darles tantas vueltas al asunto. Traté de peinarme mi cabellera negra y suelta con mis manos, alisé con mis manos el corsé de mi vestido de color beige, ya para esos segundos, estaba en el pasillo, camino hacia el salón.

Reflexioné en que debía solo mantener la calma, usar las mismas cartas que había visto de Vladimir; tratar de ser ecuánime ante cualquier situación. Llegué entonces a la puerta del salón, escuché el dulce sonido de un violín, parecía provenir del interior. Curiosa, abrí con cautela la puerta de madera, y asomé mi cabeza, apoyándome de la misma. Una chica de ojos grandes y marrones, con un vestido de seda hermoso de color marfil, tenía en sus manos dicho instrumento, era escuchada por mi padre, Vladimir, y otro sujeto.
Los sonidos eran armoniosos, hermosos. Parecían que las notas que exhalaba aquel magnifico instrumento estaban impregnadas de miel. Ella se dejaba llevar por el vaivén de la melodía, mientras los hombres a su alrededor la observaban con atención.

Me hizo recordar a las musas del bosque, justo cuando Zeus, padre de Artemisa, las llamaba junto a su hija para ser deleitado por el hermoso sonido de sus voces e instrumentos. Glorificaban notas, como si la música fuese una especie de mujer seductora y dulce que los hiciese olvidar sus antipatías.

La chica terminó pronto, fue entonces cuando Vladimir, que se encontraba al lado de mi padre, giró a verme hacia la puerta, en que yo reposaba con curiosidad.

-¡Evelyn! ¡Ven aquí!, escucha este fastuoso sonido junto a nosotros- me dijo, animándome a que entrase, dudé, sin embargo me acerqué y posé junto a mi padre. La chica tocó otra pieza, corta, pero alegre, digna de una fiesta.

-Entonces, ¿aspira de los servicios de la familia?- dijo al momento en que finalizó la chica, el sujeto que estaba junto a ella. Uno corpulento, de ropajes corrientes, pero finos, era de tez morena, y ojos oscuros. Añadiría de igual manera su compostura rígida y agresiva, me daba un poco de desconfianza su tono de voz, que aunque en esos instantes pasivo, me hacían sentir que ocultaba algo.

La chica solo permaneció en silencio.

-¡Por supuesto!, sería magnífico poder hablar con su hijo… de nombre…- Vladimir hizo una pausa, dando a entender que no recordaba el nombre

-Michael- señaló el sujeto, -su nombre es Michael-

-Oh!- rió Vladimir -¡Que mente la mía! Olvida algunas cosas… pero otras, extrañamente no- al decir la última fracción de aquella oración, enfocó su mirada oscura en mí, yo desvié mi mirada en un acto de consternación.

-Me disculpo por su ausencia- excusó el sujeto –está solventando algunos asuntos-

-¡No hay problema alguno!, puede venir esta mismísima tarde si es necesario, o cuando guste, aun falta algún tiempo para entregar lo que deseo encomendar-

-Está bien, un poco antes del atardecer estará aquí-

Vladimir y el sujeto se despidieron, el mismo hacía una leve reverencia a Vladimir, y el mismo besaba la mano de la chica.

-¡Tiene usted una talentosa hija!, mis bendiciones a su familia- dijo mi padre, que estaba más que maravillado con la chica. La chica sonrió. Y el sujeto orgulloso de lo que había expuesto, se marchó.

En aquel momento el silencio latente en el lugar me hizo advertir que el par de hombres, estaban planeando algo. Disimulé mi nerviosismo, paseando mi mirada a través de los sitios más recónditos de aquel estudio, sobre la enorme repisa de libros de todos los colores, tamaños y tapas que pudieses imaginar. Perfectamente limpios, al igual que solitarios, parecían un trofeo que solo servía para presumir.

-hay cosas que esta mañana relucen sinceramente extraordinarias- inquirió Vladimir, cuando giré mi vista hacia él, noté que me observaba con una media sonrisa. Alcé una ceja confundida

-¿le parece?- dije en tono grosero

-Cariño, ¿porqué no bajaste a tomar el desayuno?- dijo mi padre con un tono de obstinación, y preocupación a la vez

-no me sentía muy bien- mentí –lo siento-

-¿está mejor?- dijo Vladimir acercándose a mi - la noto un poco… ¿llena de nervios?-

-No dormí muy bien, he tenido molestos dolores de cabeza últimamente- dije alejándome un poco, les di la espalda, disimulando mi nerviosismo al ver por la ventana –desearía dar un paseo por el jardín luego de terminar aquí, ¿Qué es lo que sucede?-

Sabía que toda aquella formalidad, todas aquellas atenciones, miradas, mensajes subliminales, venían con algún propósito, sabía que quería demostrarme que estaba en un cuarto al parecer oscuro, estoy completamente segura de que él tenía la clara certeza de que yo sospechaba de él, y que debía ser cauteloso con sus movimientos.

-¡Vladimir nos ha dado una excelente noticia!- exclamó mi padre al parecer orgulloso, rebosante en alegría.

-¿noticia?- dije, mi padre asintió y miró lleno de agradecimiento a Vladimir

-quiere hacernos parte de su familia- al fin soltó mi padre, de un solo exhalo, feliz cual niñito al querer juguetear por cualquier lugar

-¿parte de su familia? –Dije completamente impresionada -¿Por qué razón?-

-estimo mucho a vuestro padre- me comenzó a explicar Vladimir con un tono de voz aterciopelado, intentaba mostrarse de otra manera ante mí, sin embargo mi subconsciente insistía en repetirme que aquellos solo eran juegos por parte de él –y no puedo negar que en este corto tiempo; mejor dicho, desde que le conocí a usted, también he adquirido un enorme cariño… uno que quisiese consumar, algún día, si es posible.-
¿Qué quería decir con ello?, me dije a mi misma. Y una especie de luz cegadora despertó mis más bajas intuiciones. ¿Qué aquella manera de ser parte de su familia era…? ¡No!, ¡Jamás!, ni con él, ni con nadie.

-hija mía- se acercó mi padre  –he dado la autorización a Vladimir de cortejarte-

Aquella última oración hizo un eco horripilante en mi cabeza.

-¡No!, no, no quisiese llamarlo de esa manera- sonrió Vladimir, mordiéndose el labio inferior, para luego mirarme detenidamente –no quisiese atar a tan hermosa doncella a mí, así, tan súbitamente, no me gustaría rasgar alguna de sus alas de mariposa en ese intento por atraparla-

Alerta de muerte, no sé por qué razón sentí que aquella era un alerta de muerte. ¿Exagerada yo? ¡Posiblemente si, posiblemente no!, la cuestión es que, no estaba jugando, no, estaba contra la espada y la pared, y Vladimir quería tomar dicha espada.

Me tomé la cabeza con mi mano derecha, solté un suspiro, volví mi vista al frente

-lo siento pero…- susurré –tengo… tengo que pensar, esto no es…-

-fácil, entiendo perfectamente, quiero que lo piense, quiero construir una buena amistad, una buena relación- ignoré sus palabras, solo caminé con velocidad a la puerta, la abrí, cerré detrás de mí, me recalqué en la misma, completamente consternada. Exaltada, en una parte de mi, algo gritaba desesperados “No”, como si ese algo fuese propiedad de alguien más.

Me encaminé a la cocina, buscando a Jacob, necesitaba pedirle que buscase a Jonathan, necesitaba hablar con alguien. Magdalena me dijo que el chico estaba buscando leña, lo que sugería que se encontraba quizá en la cabaña del leñador del castillo. Salí con un acelerado andar, tratando de organizar mis ideas.

Entonces advertí que lo que tenía era una especie de fobia, no quería ser de nadie, no quería pertenecer a nadie, ni depender de nadie, no quería ser una mujer que sufriese esperando al amor de su vida por siempre, no quería nada de eso. Caminando entre los criados, y observando a los niños del castillo jugar, recordé a mi madre, lo frágil que era, lo ilusionada que estaba cada comienzo de primavera en que mi padre reaparecía. Él parecía algún espectro, un fantasma, un amante que la rebosaba en felicidad, y luego le arrancaba sonrisas en su partida.

Ella solo sonreía cuando estaba junto a mí, ella fingía que todo estaba bien, me hacía leer, y aprender cosas, salir y disfrutar para intentar llenar el vacío de mi padre. Ella miraba el horizonte cada atardecer, con una mirada distante, llena de sufrimiento… completamente sola.

Aquello… ¿era amor? Creo que más puro amor que el que tuvo ella no existirá jamás, ¡Nunca le oí reprochar cosa alguna! ¡Jamás culpó a mi padre de sus agonizantes noches llenas de lágrimas! ¡Prefirió su sufrimiento apagado, que el del espíritu libre de mi padre encarcelado!, él que era un hombre de aventuras, y que la distancia de ella parecía que no le importaba.

Entonces era cuando yo me preguntaba qué rayos era la independencia, porque con ella siempre había ese sentimiento de “no volveré a ver más a mi padre”. Llegué a detrás del castillo, habían leños por doquier, y Jacob estaba con el leñador.

Su nombre era Jeremías, era un joven de unos 35 años de edad, tenia cabellos castaños y rasgos fuertes y marcados de trabajo y cansancio. Cortaban la leña con una enorme hacha, Jacob la recogía y amarraba con algunas sogas; él, era un niño de apenas 14 años de edad. Muy inteligente, tenía cabellos negros y ojos dorados. Lo llamé haciéndole una seña, justo cuando el leñador y Jacob me observaron.

Jeremías asintió a Jacob que al parecer le pedía autorización de acercarse a mí, el niño lo hizo velozmente.

-¿sucede algo señorita?- me dijo con el respeto que canto lo caracterizaba, intenté sonreírle y me agaché frente a él

-necesito que le lleves un mensaje a Jonathan, ¿te sería posible hacerlo ahora mismo?- le dije, intentando no parecer desesperada, pero era en vano. Temblaba, por ello apretaba mis manos cada vez más. Asintió de inmediato

-¡Por supuesto!- respondió enérgicamente él, -¿Qué quiere que le comunique?-

-dile que venga cuanto antes- dije frunciendo el ceño, luego de morder mi labio inferior cavilando en mi mensaje volví a mirar a Jacob –y que me traiga el par de libros que me guardó, si le dices que son los “libros negros” sabrá a qué te refieres- completé, asintió, y cual soldadito comenzó a correr fuera del castillo, lo vi irse, luego viré mi vista hacia Jeremías, que luego de dedicarme una sonrisa, continuó con su trabajo.

Dando media vuelta fui al jardín cerca de la capilla donde solía pasar gran parte de mi día, daba vueltas en círculos completamente sumergida en miles de conclusiones. Es decir, no es para exagerar el que pretendas que te cases con alguien que no quieres, mi punto no era ese, era uno muy conciso: Vladimir ocultaba algo.

Lo sentía, lo percibía, ¡Estaba completamente segura!

Solté un suspiro dejándome caer entre el césped, cerré los ojos dejando que la brisa se fuese sobre mí, dejándola arrancar mis pensamientos y llevárselos en un paseo lejos de mi.

¿Era posible eso? Dejar que todo dejase de importarme por un milisegundo, suspenderlo en el aire y mirarlo detenidamente, quizás buscar soluciones alternas. Bajé mi mirada hacia el césped abriendo los ojos, y me quedé inmóvil, en esa posición no se por cuanto tiempo, hasta que escuché unas pisadas detrás de mí, esa manera de caminar la conocía perfectamente.

-¿hace cuanto tiempo estás así?- cuestionó el recién llegado agachándose frente a mi

-no se… unos minutos… ¡Tardaste demasiado!- me quejé y lo miré, abrazando finalmente luego de acomodarme mejor en el césped, mis piernas, hacia mi pecho.

-¡Hey! ¡Estaba trabajando! Además…- sacó de su casaca desgastada de color marrón un pequeño paquete envuelto con papel, parecía haber estado debajo de algo, ya que tenía gotitas de suciedad y no sé qué otra cosa manchándolo –tenía que ir por esto con cautela, no querrás que te descubran, ¿o sí?-

-¡Magnífico!- dije tomando el paquete sabiendo que era obviamente con mucho entusiasmo –creo que lo necesitaré de ahora en adelante-

Él me miró con duda.

-¿perdón?- inquirió.

-lo que oyes- dije ignorando aquello que me decía, sería el comienzo de una clara discusión bastante extensa, siempre era lo mismo, de él, y los que conocía. Cosas como “deberías cuidarte de lo que dice la gente, que una señorita en tu posición lea esa clase de cosas y solo muestre interés en ese tipo de cosas no es bien visto por la sociedad”, sin embargo, a ellos no parecían llegarle la clara noticia que siempre le digo a los juglares que divulguen “a mí no me importa que diga la sociedad”. Ese tipo de enseñanzas, lecturas, todo era visto como arte oculto y demoniaco. Solo era la ciencia más primitiva que podría existir, pero las personas no lo veían de esa manera. Es algo normal en personas que no entienden el significado de determinada cosa, en vez de encontrarle alguno, solo señalan y dicen que es malo por equis o ye circunstancia.

Me parece algo bastante… ortodoxo y excesivamente anticuado, pero era la época que se estaba atravesando, así que no habría nada de qué quejarse. En cuanto a Jonathan, mi primo era tan conservador, que a veces me daba realmente risa, a pesar de ello, era uno de mis mayores confidentes, lo llamo de esa manera para no decir “único” y que suene dramático, aunque sea la realidad. Siempre hacía lo que le pedía, y me ayudaba en lo que podía, a veces me daba unos sermones peores que los de algún cura o los de mi madre que duraban horas.

Suspiró al parecer resignado. Lo estaba ignorando efectivamente.

-¿sucedió algo más?-

-pensé que jamás lo preguntarías-

-bien, ya lo hice-

Alcé mi mirada hacia él, tratándoselo de decir con mis ojos, expresarle mi extraño temor, que sentía algo demasiado confuso y quería acabar con eso, quería irme, esconderme, no me gustaba lo que comenzaba a volcarse sobre mí.

-¿y bien?-

-papá me comprometió-

Se impresionó mucho

-Oh…- guardó una larga pausa –no sabía que… tenías un pretendiente-

-si te contenta, yo tampoco lo sabía-

-¿Quién es?-

-Sir Tenebrae… Vladimir… como quieras llamarlo.-

Se quedó mudo por unos minutos.

-Añadiría un “estoy nerviosa, no me gusta esa decisión” pero mi decisión no cuenta, ¿no es así? Nací mujer en esta sociedad machista y debo hacer lo que quiera mi padre, aunque eso arruine mi mediocre existencia-

-todo lo que hace Nehemías es por tu propio bien-

-gracias por ponerte de su parte.-

-¡Eres una señorita! ¡Toda mujer a tu edad ya está casada!- dijo levantándose del suelo, sacudiendo sus ropajes y alisándolos

-dieciocho años que prácticamente acabo de cumplir no son nada- inquirí desviando mi mirada enojada -¿Qué rayos me obliga a amararme a un hombre? ¿Por qué tendría que vivir con alguien que mi padre escoja? ¿Soy acaso un trofeo? ¡Prefiero estar maldita de por vida!-

-¡No hables de esa manera! ¡Maldecirte a ti mismo es tan malo como maldecir a Dios!-

-¡Perfecto!- dije levantándome –no tengo nada en su contra, sin embargo, repito todas mis palabras anteriormente mencionadas sin vergüenza alguna-

-Eres tan obstinada…- murmuró, lo miré con determinación –regresaré al trabajo, no te metas en líos- dijo despidiéndose,  me estaba evitando, lo sabía. Sin embargo le dediqué una sonrisa y lo vi irse, entonces me volví a dejar caer en el césped.

Todo estaba bien, esa solo había sido una riña como la que siempre teníamos de niños, abrí el paquete me que había traído en el que habían un par de libros, entonces los desempolvé. Uno era de conjuros y el otro de demonios. El segundo era el que más ansiaba ver, desde que había visto a Vladimir en la reunión lo había recordado, ojeé el libro un par de veces antes de esconderlo de nuevo y recuerdo haber visto algo familiar, solo que papá casi me descubre, así que no recuerdo concisamente que fue.

Me urgía saber que era. Toda cosa relacionada con Vladimir me serviría como pretexto para quitármelo de encima.

Encontré entonces algo en la página 667, hablaba de una leyenda que databa de los comienzos del milenio, quizás en el 1100 de nuestra era o algo así, hablaba de cruzados, guerras santas, y todas esas barbaridades de la época. Continué leyendo hasta que me encontré con algo interesante, un nombre y una marca.

Vladimir y una especie de sello.


Me levanté despavorida. Era solo un nombre, pero no había fotografía. ¿Era él?, era algo irracional, claramente podría ser una casualidad, ¿Cuántas personas se llaman Vladimir? ¿Por qué el viviría desde tanto tiempo? ¿Cuándo era? ¿Seiscientos años? Una baja parte de mi me decía que buscara más, la curiosidad maldita se venía sobre mi otra vez, así viviría de por vida, era como un adictivo mal. Me sentía tan intimidada que me enfermaba, tenía miedo, curiosidad y mucha adrenalina.

Tomé el libro y me abracé a él. Comencé a correr, quería ir a mi habitación,  no obstante, uno un inconveniente en el camino, una persona. Se estrellé contra un cuerpo que estaba estático en el jardín, no lo había percibido. Levé mi vista encontrándome con un par de ojos marrones que claramente me impresionaron, quizás Prometeo había bajado del Olimpo otra vez para burlar a Zeus, juro que jamás había visto nada igual, pero quizás la humanidad que me negaba a conocer estaba llena de esa clase de sorpresas, no podría estar segura nunca.

Solo sé que la ira me consumió. Yo quería irme cuanto antes y ese chico se me atravesaba en el camino.

-¿Quién eres?- pregunté como es obvio. Solo curvó sus labios de cerezos…

Capítulo I

21/1/12


Capítulo I: Vida Eterna



"No temáis a la grandeza; algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza le es impuesta y a otros la grandeza les queda grande."


Recordar a veces es difícil. Hacerte a la idea de que estás nuevamente de unos 5 o 6 años y ver el mundo con la perspectiva de un niño. Recordar porque las cosas se veían tan grandes, o que significaba el tono de voz de tu padre sermoneándote para aprender a decidirte más tarde. Pero, ¿Cuándo tienes que recordar unos 200 años antes es más complicado?, ¿Qué esto es imposible? Ya ni siquiera sé que es posible o no. Esto regresó a mi porque quizás debía hacerlo, las escenas se mezclan en mi mente y me confunden. Ya no sé si estoy soñando, de donde viene la fantasía, hasta donde es su límite y en donde comienza mi realidad. Ya ni siquiera sé que es tiempo, para que sirva, o si enserio funciona.

El punto está en que, lo creas o no, todo comenzó en Glasglow, punto cultural obligado en la actualidad. Ciudad de bastantes historias, más que todo en el periodo moderno nuestra era. 1620, yo tenía 18 años de edad.

¿Has visto los documentales a cerca del siglo XVII en la National Geographic? Quita el narrador y a los investigadores, ubícate solo en las imponentes ciudades oscuras, las edificaciones medievales. El periodo barroco en su auge, inmensas catedrales, olor a santidad y extravagancias sin razón evidente. Hablo de la magnífica Escocia, como es lógico. Vivaldi regalando música, mecenas haciéndose del arte de cualquier soñador empedernido, y un nombre exacto: Vladimir Tenebrae.

Era un burócrata adinerado de aquel valle, llamado por los lugareños “valle normal”, un mecenas como cualquier otro que poseía toda una gran mansión que podría ser una ciudad si así lo quisiese. Un enorme castillo de piedra caliza, con una iglesia y todo dentro como pudieras imaginar. Me es un poco complicado explicarlo, no es que sea algo impresionante, era un simple hombre forrado en dinero que tenía músicos, cortesanos, sirvientes, y a la mismísima iglesia perfectamente seleccionado dentro de su “casa”, como si relacionarse con la gente normal fuese una imprecación para sí mismo. Mi padre, Nehemías, era un funcionario leal a su nombre, luchó en varias batallas y ya era viejo, Vladimir lo consideraba bastante, notando que nuestra familia sufría daños económicos, insistió en que nos quedásemos en su enorme castillo.

Mi familia no era muy grande, solo cuatro personas, disminuimos a tres cuando mi madre murió, aquello sucedió dos meses después de llegar a aquella enorme cárcel. Con nosotros vivía un primo, llamado Jonathan, era cancerbero de la hija rey, así que en realidad quienes enfrentaron la vida dentro de aquel lugar éramos mi padre  y yo. 

Siempre me mostré educada y callada, y no es que fuese una joven de muchas palabras –por lo general acababa peleando por alguna estupidez de parte del otro- no obstante, me encerré completamente en mi mundo después de la muerte de mamá.

Era mi única confidente, en quien realmente confiaba. Sabía de mis salidas en secreto de madrugada, y aunque no estuvo muy de acuerdo me ayudó muchas veces. Siempre tuve una extraña atracción por lo que no tiene nombre, una curiosidad que a veces creo debería ser maligna, cuando algo se muestra ante mí con una careta necesito quitársela, moriría si no lo hiciese aunque suene extraño.

Mi fama en la ciudad no era la mejor, tenía casi los 20 años y nunca estuve desposada con nadie, mi padre estaba avergonzado de mí y me lo reprochaba cada vez que podía. Pero yo no tenía ni el más mínimo interés en enamorarme, o utilizar vestidos y esencias en un ritual que no veía básico, más bien un acto superfluo y ridículo. Quizás era un punto de inmadurez, no creía en el matrimonio y veía al hombre como un ser despreciable, machista, que no respetaba a la mujer como debía.

Aquella forma de pensar incluía hasta a mi padre, que aunque lo quise mucho, siempre estuvo en contra de mis verdaderas inclinaciones, me insinuó muchas veces como una hereje y cosas por el estilo, jamás entendí porque no me entregó a la iglesia para que me quemaran.

Siempre caminaba en los enormes pasillos de aquel enorme lugar o me escondía detrás de una enorme fuente circular que estaba en el jardín trasero del castillo. Allí leía libros que Jonathan me traía en secreto, fue donde leí sobre “Christian Rosenkreuz”, me había topado varias veces con él en algunos lugares, supuestamente había aprendido la “Sabiduría esotérica” en uno de sus viajes como peregrino al oriente, y esto poseía un poco de relación a la tan de moda alquimia del momento… y que a mí me llamaba tanto la atención.
Por horas y horas leía libros sobre la misma, y aunque jamás hice prácticas para convertir materiales impuros en puros (como cobre en oro, el sueño y “hechizo” más famoso) si supe de bastantes experimentos, tantos que te llenarías de escalofríos si siquiera explico los más macabros que presencie.

El punto es que, había nacido una especie de Logia, "Rosae Crucis", y yo tenía que conocerla como a de lugar. Por días pregunté a los sirvientes que salían del castillo a la ciudad, y encomendé en secreto a uno de ellos, un chico llamado Jacob, que averiguase todo lo que pudiese sobre dicho tema.

Podrían llamarlo un tema de salida, un escape a mi dolor por la pérdida de mi madre, solo sé que entre ceja y ceja tenía el hecho de descubrir qué clase de rituales o que hacían ese grupo de personas. Lo supe pronto, fue publicado en 1614 una especie de orden secreta que llevaba dicho nombre, en la ciudad, tenían reuniones a media noche en distintos puntos. No era fácil encontrarlos. Agradecí a Jacob dándole una de mis prendas de oro, un crucifijo de oro que mi padre me había dado en un intento por quitarme “mis gustos diabólicos”.
Como es obvio, alegre se despidió de mí. Ideé un plan. Aquí en donde comienza lo que en realidad quiero contar.

Era abril, 15 de abril de 1620, até cabos de inmediato mientras iba camino a mi habitación, encontraría ropa de mi padre, lo logré en un santiamén, me escurrí en su cuarto antes de ir al mío, tome una camisa blanca grande, un pantalón color marrón oscuro, una casaca negra y con cuidado corrí al pasillo y me encerré en mi habitación. Coloqué todo bajo la cama y me preparé para la cena.

Fue lo de siempre, mi padre hablando de mil cosas con Vladimir y yo en silencio. Hablaban de política, la situación de Glasglow, y el avance que tenían los movimientos contra los ingleses, desde hacía ya un tiempo el país buscaba independencia. Tenían anécdotas, mi padre hablaba a cerca de su padre y el llamado ‘cortejo violento’, una serie de peleas militares que presenció su padre… mi abuelo fue uno de los luchadores contra Inglaterra por la libertad del país. La historia era aburrida para mí, llevaba años oyéndola, podría fácilmente hacer una enciclopedia sobre el tema, pero parecía ser fascinante para Vladimir, que animadamente hablaba con mi padre.

Con el tenedor en la boca lo miré fijamente, había algo en él que me llamaba la atención, pero que a la vez me atemorizaba. Su piel tenía un brillo especial, era un color blanco único, sus ojos oscuros y su cabello del mismo color, liso y delicadamente peinado. Perfectamente encajaría en alguna historia de vampiros, podría seducir a cualquiera con sus ojos. Intentó hacerlo cuando desvió su mirada hacia mí, de ello estoy segura.

-¿alguna cosa que desee aportar?- dijo viéndome con una media sonrisa mientras yo apartaba el tenedor de mis labios –Nehemias me ha dicho contadas veces que conoces el tema a la perfección-

-lo conozco sí, pero, ¿Por qué debería yo hablar de ello?, no hay mejor narrador que mi padre- sonreí tímidamente, en un acto de hipocresía, el me enseñó una sonrisa parecida

-vaya que eres muy hábil- dijo, alcé una ceja sin entender muy bien su punto

-¿perdón?- dije

-me dijeron que sabías de equitación, que eras muy hábil en la misma- dijo viéndome, aun sonriendo despreocupado. Algo me decía que no era a la equitación a lo que se refería. Asentí en silencio luego de apartar mi mirada de manera grosera

-¡Evelyn! Por dios, ¿podrías comportarte un poco más educada?- se quejó mi padre como era obvio, ignoré sus palabras y continué comiendo en silencio

-déjela, la timidez de algunos es el deleite de otros.- advertí que me estaba observando con un extraño sentimiento en sus ojos. Su tono de voz era el mismo, despreocupado, pero ocultaba algo, de ello estaba completamente segura. Demonios, confieso que me inquietaba solo tenerlo cerca.

Me levanté de la mesa agradeciendo la cena, y me retiré  a mi habitación. Allí me encerré divagando por horas el rostro tranquilo de Vladimir. Llevaba algún tiempo viviendo allí y él no se mostraba jamás imposibilitado, siempre estaba impecable. Me senté en la cama recordando el día en que llegué allí, estaba demasiado interesado en mí, me mostró el castillo entero, al saber de mi padre mis gustos en lectura y más que todo en ciencias dejó a mi completa disposición su “exclusiva” colección de libros en su estudio, fue muy amable para mi gusto.

Suspiré concluyendo en que debía descubrir un poco más de él. Cada ser vivo del valle le amaba, se decía que era un importante benefactor y de su perfecta relación con el rey. Aunque de su pasado no se sabía mucho, solo que era un importante militar que había protegido al rey y su familia de muchas cosas, no obstante, tanto dinero no se sabía de dónde provenía. Y eso a nadie parecía importarle.

Esperé a la hora exacta para salir, un poco antes de media noche.

Me coloqué la ropa de mi padre, con la cual luché bastante, me quedaba enorme. Luego de acabar con la misma, recogí mi cabello dentro de un sombrero de copa ancha que había encontrado entre las pertenencias de papá. Suspiré decidida, y tomé la perilla de la puerta de madera de mi habitación.
Luego de moverla y asomar mi cabeza al pasillo, solo noté una antorcha encendida al final del mismo y todo lo demás oscuro. Descalza y con mis zapatos en las manos, me desplacé por el pasillo atenta y sigilosamente, bajando las escaleras casi dando saltos y cruzando el la enorme sala de estar hacia la cocina. Ya allí, tranquila al darme cuenta que los sirvientes dormían, me coloqué  los zapatos.

No pretendía salir por la puerta principal. Alguien podría verme.

Al salir, llegué a la parte trasera de la casa, mi idea era ir hacia la capilla del castillo, allí había en una torre, un pasillo subterráneo. Lo descubrí un día de misa en que comencé a caminar por la iglesia obviando las plegarias del sumo sacerdote. En cuanto llegué a la estructura de la capilla, que constaba de paredes de yeso pintado de blanco, y majestuosas estatuas de santos y crucifijos de oro y perlas, me escurrí, dejando cerrar la enorme puerta tras de mi fuertemente por error.

Uno de los vigilantes gritó un par de veces, me escondí detrás de una de las enormes estatuas, era un relicario al parecer, no le tomé mucha importancia. Me agache quedándome inmóvil por algunos minutos, escuchando atentamente, sentí los pasos del vigilante, como caminaba entre los bancos de madera de la capilla, veía su reflejo en la pared, siendo una clara consecuencia de la flameante antorcha que tenía en sus manos.
Lo sentí acercarse, contuve la respiración yéndome al rincón oscuro entre la estatua y la pared. Se  mantuvo inmóvil por unos segundos ahí, luego dio media vuelta y se fue. Esperé que se deslizara y desapareciese, aun con ambas manos sobre mis labios. Al ver que todo estaba bajo control, solté una bocanada de aire aliviada. Mordiendo mi labio inferior, expectante, asomando levemente mi cabeza hacia el exterior, sonreí a mis adentros al ver que estaba  desierto.

Me levanté, crucé el lugar, yendo al pasillo que mencioné antes. Los vigilantes estaban hasta el fondo, así que me fue fácil llegar hasta la puertecilla de madera y cruzarla. Caminé en oscuridad cerca de unos 8 minutos, hasta que vi claridad en mi cabeza, subí la mirada hacia un “agujero” en la parte superior del lugar, frente a él, había una escalera de madera, amenazaba con volverse trizas dentro de poco, sin embargo, más pudo mi curiosidad, luego de frotar ambas manos tratando de darme un poco de calor (hacía mucho frío) escalé la misma con lentitud.

En cuanto salí, me encontré en una calle desolada, completamente oscura, excepto por la luz de la luna que rebotaba en las paredes de piedra y el suelo lleno de charcos. Miré varias veces a mi alrededor cuando me restablecí, advertí que estaba detrás del castillo, recuerdo que todo estaba tan silencioso que hasta sentí temor, ni siquiera soplaba viento, (sin embargo había un insoportable frío).

Caminé con velocidad por las calles, recordando que el chico Jacob me dijo que esa noche se reunirían en una de las plazas, cerca del mercado de telas.  Iba completamente convencida de que quizá ellos sabrían algo de alquimia, posiblemente sus “inclinaciones esotéricas” me servirían de mucho para entender más los poderes ocultos, y oscuros.

Llegué al fin, efectivamente vi una pequeña tienda de color verde oscuro y llena de lodo, del fondo de la misma se filtraba una luz amarilla y tenue. Caminé lenta y atentamente hasta el lugar, mientras más me acercaba me percaté de que había alrededor de 50 personas, entre mujeres y hombres de edad madura. 

Todos se tomaban la molestia de permanecer en el anonimato, con sombreros y actitudes sospechosas.

Debido a mi baja estatura y mis dudas sobre entrar o no, busqué algún punto por medio del cual pudiese ver que sucedía dentro o quizás solo escuchar, percibí entonces que hablaban de “Christian Rosenkreuz”, escuché atentamente, yéndome detrás de un enorme sujeto, cuando viré mi vista intentando mirar hacia el fondo, un escalofrío me invadió. Una sensación de aprensión, es como si alguien te observase atentamente, tramando algo malévolo contra ti. Decidí casi al instante ignorarlo, enfocando mi mirada hacia el fondo del lugar, un sujeto barbudo, con uñas largas y sucias, y los ropajes llenos de tierra y lodo también, sostenía en sus manos una especie de pergamino, le oí decir;

“Encontrando la tumba de nuestro maestre Rosenkreus, podríamos descubrir el secreto que guardó consigo, y quizá, las fuentes más cercanas al origen, cuyas fuentes son lo esencial para encontrar lo que todos queremos: vida eterna”

Al decir la última frase, permaneció en silencio. ¿Vida eterna?, eso me pareció descabellado y absurdo, se que los alquimistas y demás seres amantes de la ciencia soñaban con ello, pero ponerlo en práctica, buscar una tumba, ¿exhumar cadáveres?, me parecía un método bastante ortodoxo. Creo que no fui la única que pensó en ello, ya que todos comenzaron a murmurar cosas a mí alrededor.

-¡Eso no es más que una infamia!- gritó un joven en una esquina del interior de la tienda de color verdoso, todos giraron a verlo, al igual que el sujeto de barbas –todos sabemos que solo el señor de los cielos decide quien muere o quien vive- añadió el joven, cuando se acercó al centro de la tienda lo pude percibir bien, tenía cabellos caoba claro, piel tostada y ojos de marfil.

-¿si dudas de este lugar, porque estás aquí? La ciencia es mas cierta que la religión, o eso es lo que creemos aquí todos- repuso el sujeto con voz de enojo, y al parecer ofendido

-yo creo si, en los cantos de los salmos y en las cartas de Juan de los libros sagrados, pero también creo en Aristóteles y las pasiones de Ovidio – respondió con gran astucia en sus palabras el joven, el sujeto barbudo se le quedó mirando por unos segundos, mientras todos curiosos alrededor no dejaban de ver con excitación la escena.

-¿Niegas entonces de la ciencia?- inquirió el sujeto barbudo, buscando la manera de desaparecer los murmullos que aparecieron entre la gente, que parecían darle la razón al joven. El chico no respondió, solo dio media vuelta y salió de la tienda completamente ofendido, en su cara pude leer que se arrepentía de haber ido a dicha reunión.

-Crean o no en religión, crean o no en ciencia, siempre ha existido la misma promesa; “vida eterna” ¡es indisputablemente, una promesa ancestral!- finalizó el sujeto barbudo, que guardó con obstinación en el bolsillo desgastado de su casaca el pergamino. La gente entendió que había terminado dicha reunión, me alejé un poco de las personas, curiosa por saber si quizás descubriría la identidad de alguno. Fue en vano, no supe quienes eran, eso me ganaba por no querer ser social, yendo a fiestas y ese tipo de cosas. Soltando un suspiro comencé a caminar lentamente de vuelta al castillo, a juzgar por la posición de la luna, quizá faltaban pocas horas para el amanecer. Estaba cansada y un poco decepcionada, creí que encontraría algo mejor, aunque pensándolo bien, no estuvo nada mal, tenía que investigar sobre ciertas cosas.

Es decir, hablaron del tal Rosenkreuz, si, pero ¿exhumarlo?, eso sugería que estaba muerto, ¿Por qué razón? ¿Desde cuándo? Creí que él podría ser el responsable de aquella reunión. Cavilando sobre eso me choqué contra un sujeto de enorme estatura, bajé mi cabeza maldiciendo entre dientes, el mismo solo soltó un gruñido lleno de maldiciones y yo me hice a un lado para que pudiese continuar con su camino. El mismo se subió a un carruaje, parecía ser un duque adinerado. Aquello me dio un poco de gracia, ¿Qué no se suponía que los de la corte y burocracia tendrían que ser los más católicos? Los ingleses no podían negar su pasión por las artes oscuras.

Oí entonces, luego de que el carruaje se fuese, como otro se acercaba. Lo miré sin ponerle mucha importancia, tenía que dejar de ser tan desorientada, irme chocando lo la gente no era buena idea si quería permanecer escondida. En él un sujeto de andar elegante se introdujo, me llamo la atención segundos después, ya que, me parecía que lo había visto en otro lugar.
El chofer del carruaje luego de lanzar un grito, hizo mover el mismo con el correr de los caballos, fue entonces, cuando desde la pequeña ventana del mismo, vi a Vladimir sonriéndome, abrí mis ojos más de lo normal.
Él también había ido a la reunión…

Introducción



¿Quien eres tú, 
que entre nocturnas sombras 
sorprendes de este modo mis secretos ?


Redención



No existía gracia más divina que aquel dolor desgarrador, maldito, poseía cada miligramo de mi alma volviéndome un cadáver en vida, no estaba tan lejos de serlo la verdad, jamás me imagine caer en esta callejuela sin salida, mucho menos desear con tantas fuerzas a un solo ser en el mundo, como si fuese el centro del universo, o aquello guardado en el arca perdida desde tiempos remotos. No tendría que hablar más de alquimia o inmortalidad si envejeciera junto a mi capricho, muchos menos buscaría más que respirar y saborear pasiones desatadas, no querría mucho menos buscar riquezas escondidas por algún pirata, pues si se me llegaba a ser concedido lo que quería, jamás me verían en las calles, ferias, fiestas o socializando con alguien, solo sería uno con esa persona por toda la eternidad.

No respiraría el aire de otros. No aspiraría a seguir entre burócratas, no vería más que el atardecer de mis días junto a mi capricho bendito, mi milagro particular, junto al mayor de mis verdugos.

Eso era lo que pretendía, ¿demasiado difícil como para hacerse realidad?, comenzaba a creerlo, porque por más que corriese, gritase, reclamase lo que sabía me pertenecía, nadie volteaba a ayudarme a seguir o a entregarme lo que quería. Todo lo que tenía a cambio eran dagas clavadas en mis extremidades, aguijones de escorpiones, atravesando cada centímetro de mi piel y de mi alma. Lloraba veneno, respiraba lo mismo. Mis pies me condujeron hacia donde menos lo creí, mis sentidos actuaron por sí mismos, quizás en la búsqueda de un juez absoluto al cual reclamar.

La santidad pude aspirar cuando abrí la puerta del recinto, colores pasteles y mucho brillo de oro, brillo chispeante a pesar de la oscuridad de la noche,  que podría si lo desease, crear algún espectáculo digno y celestial. Estaba en los que algunos llaman, la casa de Dios. Aquel nombre para mí era subjetivo, todos me decían que él estaba en todos lados, ¿entonces porque esa era su casa? ¿Por qué tendría que consultarle algo solo yendo allí? Era tal mi incredulidad, que normalmente prefería obviar siquiera pisar ese lugar. Comenzaba a convertirse en una fobia.

Sin embargo, allí me encontraba, con la mirada clavada directo en el Cristo crucificado, me pregunté si aquel dolor que reflejaba con su rostro era parecido al que sentía en aquellos instantes, mientras cruzaba el lugar desde la entrada hacia el enorme altar, cubierto con una alfombra roja y detalles dorados. Era como sangre, la sangre que salía de las heridas del hombre crucificado arriba, el piso era de sangre solo ahí, y hacía un espeluznante y hermoso contraste con el frío suelo de esa pequeña capilla. Suelo de baldosas blancas y pulidas con esmero.

-me han dicho que eres el creador supremo- dije de frente al altar –el creador de todos los tiempos y el que más llora desgracias- dije esto último con una sonrisa burlona, demostrándole lo que en realidad pensaba a cerca de aquella afirmación –no recuerdo jamás haber hecho nada en tu contra, mucho menos el haberte reprochado cuando te llevaste a mi madre… no recuerdo  nunca haberte  juzgado o culpado por la vida que mi padre pretendía que llevase, ¿podría entonces merecer solo un deseo? Podría yo… por fin dejar de ser lo que llevo siendo desde que abrí los ojos ante el mundo, ¿o es que acaso me teñiste de rojo con tu sangre para sufrir agravios y desgracias por siempre? ¿Soy algo indeseado? ¿Acabarás con mi espíritu en cuando puedas?... si eres quien eres, si eres lo que todos aseguran, lo que todos adoran, entonces conoces de mis sentimientos, entonces sabrás… cuanto duele-

Lagrimas venenosas volvieron a invadir mis mejillas, esta vez dolían más que de costumbre, bajé mi cabeza dejándome inundar por el mar que se venía sobre mí con olas asesinas, cediendo ante la naturaleza indomable y exquisita. Desfalleciendo ante el que decían, era el creador de todo tiempo, todo espacio, todo lo que alcanza ver nuestros ojos o imaginación.

-¿Podrías solo decirme que debo hacer? ¿Cómo terminará todo? ¿Terminar con esto?... o simplemente…- intenté inútilmente secar mis lagrimas con mis muñecas –decirme cuál es tu voluntad, ¿me castigarás?-

El golpe fuerte fue quizás la respuesta. Enmudecí de pánico. Alguien había entrado en ese instante a la capilla, alguien de quien había estado huyendo, volví mi vista hacia el Cristo. Sí, me castigará solo por mi curiosidad maldita en las ciencias prohibidas






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