Capítulo II: Cortejos del demonio
Yo juro que vale más ser de baja condición y codearse alegremente con gentes humildes, que no encontrarse muy encumbrado, con una resplandeciente pesadumbre y llevar una dorada tristeza.
Estaba alarmada, completamente preocupada. Shockeada. Atónita ante lo que había visto, aun cuando regresé al castillo y me encerré en mi habitación, no podía creer en lo absoluto lo que había visto. ¿Vladimir en aquella reunión? ¿Por qué razón? Me enmarañaba, ansiaba descubrir respuestas, pero no se me venía la mínima a la cabeza; lo que más me tenía preocupada era que él me había visto, su sonrisa despreocupada, y a la vez pícara, su mirada amenazadora, y aquella postura ecuánime, elegante, tan falsaria. Era una enorme careta, una máscara de cerámica a base de mentiras, de ello estaba plenariamente segura.
Llegué al castillo casi al amanecer, me fue un poco complicado entrar por la cocina sin que me viese alguna de las criadas, todas estarían en mi contra, ya que eran fervientes a la figura de Vladimir. No quería levantar sospechas, muchos menos que papá se enterara de que había salido a altas horas de la noche a un lugar de ese tipo.
Cuando hube entrado a mi habitación y cambiado de ropa, reflexioné en una cosa; si era cautelosa, nadie se enteraría, ya que quizá a Vladimir tampoco le convendría que alguien se enterase de su estancia en ese lugar. ¿Qué excusa pondría? ¡Ese era un punto a favor! Nadie diría nada, ni él, ni yo por supuesto.
Me tumbé en mi cama, mirado el techo vacío de aquella habitación. Estaba sumamente cansada, cerré lentamente los ojos dejándome llevar por el mismísimo silencio de mí alrededor, segundos después, me quedé completamente dormida.
Hasta que sentí un leve golpeteo en la puerta, era una de las criadas, una mujer quizá un par de años mayor que yo, creo que se llamaba Magdalena. La chica luego de tocar la madera de la puerta, asomó su cabeza levemente
-¿está bien, my lady?- inquirió con una voz dulce y sosegada
-eeh, si, ¿Qué sucede?- dije, frotándome los ojos con mis muñecas, y sentándome en mi cama
-su padre está algo preocupado porque no bajó a desayunar, quiere saber si se encuentra bien, y si podría bajar en un rato al salón, está reunido con el señor Vladimir-
Al escuchar ese nombre el sueño se me desvaneció. Estaba con mi padre, me mordí el labio inferior nerviosa, asentí ligeramente dándole a entender a la chica que había entendido las ordenes de mi padre. La misma solo cerró la puerta y se marchó. ¡Demonios!, estaba ahí con mi padre, quien sabe hablando de que. Me levanté de la cama, dejando las sábanas de seda color azul cielo caerse al suelo, junto a la alfombra.
Me miré al espejo, ahí en esa pequeña peinadora habían esencias, maquillaje, y demás cosméticos de la época para lograr hacerme peinados y esas cosas. Siempre los obviaba, esa mañana noté que tenía un rostro cansado y mejillas pálidas. Suspiré y me di varios golpes en mis mejillas intentando sacar rubor, y dejar los nervios.
Llegué hasta una pequeña mesa donde yacía una pequeña bandeja de plata con agua dentro de sí, siempre la dejaban temprano en la mañana, cuando me lavé el rostro y sequé lo recordé: Magdalena siempre iba allí a cambiarlo temprano, ¿acaso había entrado cuando yo estaba dormida? ¿O… cuando yo no estaba?
Maldije unas seis veces más, estaba entre la espada y la pared. Tendría que bajar, pero sin saber con qué me esperaba, y esa era una de las cosas que enserio me sacaban de quicio. Por lo general, me gusta saber que sucederá después, estar segura de todos mis movimientos, tener quizá el control de las escenas, sus causas y sus consecuencias, pero ahora había sucumbido en un juego que no tenía mis mismos parámetros, las reglas que yo había creado.
Decidí bajar de una buena vez, dejar de darles tantas vueltas al asunto. Traté de peinarme mi cabellera negra y suelta con mis manos, alisé con mis manos el corsé de mi vestido de color beige, ya para esos segundos, estaba en el pasillo, camino hacia el salón.
Reflexioné en que debía solo mantener la calma, usar las mismas cartas que había visto de Vladimir; tratar de ser ecuánime ante cualquier situación. Llegué entonces a la puerta del salón, escuché el dulce sonido de un violín, parecía provenir del interior. Curiosa, abrí con cautela la puerta de madera, y asomé mi cabeza, apoyándome de la misma. Una chica de ojos grandes y marrones, con un vestido de seda hermoso de color marfil, tenía en sus manos dicho instrumento, era escuchada por mi padre, Vladimir, y otro sujeto.
Los sonidos eran armoniosos, hermosos. Parecían que las notas que exhalaba aquel magnifico instrumento estaban impregnadas de miel. Ella se dejaba llevar por el vaivén de la melodía, mientras los hombres a su alrededor la observaban con atención.
Me hizo recordar a las musas del bosque, justo cuando Zeus, padre de Artemisa, las llamaba junto a su hija para ser deleitado por el hermoso sonido de sus voces e instrumentos. Glorificaban notas, como si la música fuese una especie de mujer seductora y dulce que los hiciese olvidar sus antipatías.
La chica terminó pronto, fue entonces cuando Vladimir, que se encontraba al lado de mi padre, giró a verme hacia la puerta, en que yo reposaba con curiosidad.
-¡Evelyn! ¡Ven aquí!, escucha este fastuoso sonido junto a nosotros- me dijo, animándome a que entrase, dudé, sin embargo me acerqué y posé junto a mi padre. La chica tocó otra pieza, corta, pero alegre, digna de una fiesta.
-Entonces, ¿aspira de los servicios de la familia?- dijo al momento en que finalizó la chica, el sujeto que estaba junto a ella. Uno corpulento, de ropajes corrientes, pero finos, era de tez morena, y ojos oscuros. Añadiría de igual manera su compostura rígida y agresiva, me daba un poco de desconfianza su tono de voz, que aunque en esos instantes pasivo, me hacían sentir que ocultaba algo.
La chica solo permaneció en silencio.
-¡Por supuesto!, sería magnífico poder hablar con su hijo… de nombre…- Vladimir hizo una pausa, dando a entender que no recordaba el nombre
-Michael- señaló el sujeto, -su nombre es Michael-
-Oh!- rió Vladimir -¡Que mente la mía! Olvida algunas cosas… pero otras, extrañamente no- al decir la última fracción de aquella oración, enfocó su mirada oscura en mí, yo desvié mi mirada en un acto de consternación.
-Me disculpo por su ausencia- excusó el sujeto –está solventando algunos asuntos-
-¡No hay problema alguno!, puede venir esta mismísima tarde si es necesario, o cuando guste, aun falta algún tiempo para entregar lo que deseo encomendar-
-Está bien, un poco antes del atardecer estará aquí-
Vladimir y el sujeto se despidieron, el mismo hacía una leve reverencia a Vladimir, y el mismo besaba la mano de la chica.
-¡Tiene usted una talentosa hija!, mis bendiciones a su familia- dijo mi padre, que estaba más que maravillado con la chica. La chica sonrió. Y el sujeto orgulloso de lo que había expuesto, se marchó.
En aquel momento el silencio latente en el lugar me hizo advertir que el par de hombres, estaban planeando algo. Disimulé mi nerviosismo, paseando mi mirada a través de los sitios más recónditos de aquel estudio, sobre la enorme repisa de libros de todos los colores, tamaños y tapas que pudieses imaginar. Perfectamente limpios, al igual que solitarios, parecían un trofeo que solo servía para presumir.
-hay cosas que esta mañana relucen sinceramente extraordinarias- inquirió Vladimir, cuando giré mi vista hacia él, noté que me observaba con una media sonrisa. Alcé una ceja confundida
-¿le parece?- dije en tono grosero
-Cariño, ¿porqué no bajaste a tomar el desayuno?- dijo mi padre con un tono de obstinación, y preocupación a la vez
-no me sentía muy bien- mentí –lo siento-
-¿está mejor?- dijo Vladimir acercándose a mi - la noto un poco… ¿llena de nervios?-
-No dormí muy bien, he tenido molestos dolores de cabeza últimamente- dije alejándome un poco, les di la espalda, disimulando mi nerviosismo al ver por la ventana –desearía dar un paseo por el jardín luego de terminar aquí, ¿Qué es lo que sucede?-
Sabía que toda aquella formalidad, todas aquellas atenciones, miradas, mensajes subliminales, venían con algún propósito, sabía que quería demostrarme que estaba en un cuarto al parecer oscuro, estoy completamente segura de que él tenía la clara certeza de que yo sospechaba de él, y que debía ser cauteloso con sus movimientos.
-¡Vladimir nos ha dado una excelente noticia!- exclamó mi padre al parecer orgulloso, rebosante en alegría.
-¿noticia?- dije, mi padre asintió y miró lleno de agradecimiento a Vladimir
-quiere hacernos parte de su familia- al fin soltó mi padre, de un solo exhalo, feliz cual niñito al querer juguetear por cualquier lugar
-¿parte de su familia? –Dije completamente impresionada -¿Por qué razón?-
-estimo mucho a vuestro padre- me comenzó a explicar Vladimir con un tono de voz aterciopelado, intentaba mostrarse de otra manera ante mí, sin embargo mi subconsciente insistía en repetirme que aquellos solo eran juegos por parte de él –y no puedo negar que en este corto tiempo; mejor dicho, desde que le conocí a usted, también he adquirido un enorme cariño… uno que quisiese consumar, algún día, si es posible.-
¿Qué quería decir con ello?, me dije a mi misma. Y una especie de luz cegadora despertó mis más bajas intuiciones. ¿Qué aquella manera de ser parte de su familia era…? ¡No!, ¡Jamás!, ni con él, ni con nadie.
-hija mía- se acercó mi padre –he dado la autorización a Vladimir de cortejarte-
Aquella última oración hizo un eco horripilante en mi cabeza.
-¡No!, no, no quisiese llamarlo de esa manera- sonrió Vladimir, mordiéndose el labio inferior, para luego mirarme detenidamente –no quisiese atar a tan hermosa doncella a mí, así, tan súbitamente, no me gustaría rasgar alguna de sus alas de mariposa en ese intento por atraparla-
Alerta de muerte, no sé por qué razón sentí que aquella era un alerta de muerte. ¿Exagerada yo? ¡Posiblemente si, posiblemente no!, la cuestión es que, no estaba jugando, no, estaba contra la espada y la pared, y Vladimir quería tomar dicha espada.
Me tomé la cabeza con mi mano derecha, solté un suspiro, volví mi vista al frente
-lo siento pero…- susurré –tengo… tengo que pensar, esto no es…-
-fácil, entiendo perfectamente, quiero que lo piense, quiero construir una buena amistad, una buena relación- ignoré sus palabras, solo caminé con velocidad a la puerta, la abrí, cerré detrás de mí, me recalqué en la misma, completamente consternada. Exaltada, en una parte de mi, algo gritaba desesperados “No”, como si ese algo fuese propiedad de alguien más.
Me encaminé a la cocina, buscando a Jacob, necesitaba pedirle que buscase a Jonathan, necesitaba hablar con alguien. Magdalena me dijo que el chico estaba buscando leña, lo que sugería que se encontraba quizá en la cabaña del leñador del castillo. Salí con un acelerado andar, tratando de organizar mis ideas.
Entonces advertí que lo que tenía era una especie de fobia, no quería ser de nadie, no quería pertenecer a nadie, ni depender de nadie, no quería ser una mujer que sufriese esperando al amor de su vida por siempre, no quería nada de eso. Caminando entre los criados, y observando a los niños del castillo jugar, recordé a mi madre, lo frágil que era, lo ilusionada que estaba cada comienzo de primavera en que mi padre reaparecía. Él parecía algún espectro, un fantasma, un amante que la rebosaba en felicidad, y luego le arrancaba sonrisas en su partida.
Ella solo sonreía cuando estaba junto a mí, ella fingía que todo estaba bien, me hacía leer, y aprender cosas, salir y disfrutar para intentar llenar el vacío de mi padre. Ella miraba el horizonte cada atardecer, con una mirada distante, llena de sufrimiento… completamente sola.
Aquello… ¿era amor? Creo que más puro amor que el que tuvo ella no existirá jamás, ¡Nunca le oí reprochar cosa alguna! ¡Jamás culpó a mi padre de sus agonizantes noches llenas de lágrimas! ¡Prefirió su sufrimiento apagado, que el del espíritu libre de mi padre encarcelado!, él que era un hombre de aventuras, y que la distancia de ella parecía que no le importaba.
Entonces era cuando yo me preguntaba qué rayos era la independencia, porque con ella siempre había ese sentimiento de “no volveré a ver más a mi padre”. Llegué a detrás del castillo, habían leños por doquier, y Jacob estaba con el leñador.
Su nombre era Jeremías, era un joven de unos 35 años de edad, tenia cabellos castaños y rasgos fuertes y marcados de trabajo y cansancio. Cortaban la leña con una enorme hacha, Jacob la recogía y amarraba con algunas sogas; él, era un niño de apenas 14 años de edad. Muy inteligente, tenía cabellos negros y ojos dorados. Lo llamé haciéndole una seña, justo cuando el leñador y Jacob me observaron.
Jeremías asintió a Jacob que al parecer le pedía autorización de acercarse a mí, el niño lo hizo velozmente.
-¿sucede algo señorita?- me dijo con el respeto que canto lo caracterizaba, intenté sonreírle y me agaché frente a él
-necesito que le lleves un mensaje a Jonathan, ¿te sería posible hacerlo ahora mismo?- le dije, intentando no parecer desesperada, pero era en vano. Temblaba, por ello apretaba mis manos cada vez más. Asintió de inmediato
-¡Por supuesto!- respondió enérgicamente él, -¿Qué quiere que le comunique?-
-dile que venga cuanto antes- dije frunciendo el ceño, luego de morder mi labio inferior cavilando en mi mensaje volví a mirar a Jacob –y que me traiga el par de libros que me guardó, si le dices que son los “libros negros” sabrá a qué te refieres- completé, asintió, y cual soldadito comenzó a correr fuera del castillo, lo vi irse, luego viré mi vista hacia Jeremías, que luego de dedicarme una sonrisa, continuó con su trabajo.
Dando media vuelta fui al jardín cerca de la capilla donde solía pasar gran parte de mi día, daba vueltas en círculos completamente sumergida en miles de conclusiones. Es decir, no es para exagerar el que pretendas que te cases con alguien que no quieres, mi punto no era ese, era uno muy conciso: Vladimir ocultaba algo.
Lo sentía, lo percibía, ¡Estaba completamente segura!
Solté un suspiro dejándome caer entre el césped, cerré los ojos dejando que la brisa se fuese sobre mí, dejándola arrancar mis pensamientos y llevárselos en un paseo lejos de mi.
¿Era posible eso? Dejar que todo dejase de importarme por un milisegundo, suspenderlo en el aire y mirarlo detenidamente, quizás buscar soluciones alternas. Bajé mi mirada hacia el césped abriendo los ojos, y me quedé inmóvil, en esa posición no se por cuanto tiempo, hasta que escuché unas pisadas detrás de mí, esa manera de caminar la conocía perfectamente.
-¿hace cuanto tiempo estás así?- cuestionó el recién llegado agachándose frente a mi
-no se… unos minutos… ¡Tardaste demasiado!- me quejé y lo miré, abrazando finalmente luego de acomodarme mejor en el césped, mis piernas, hacia mi pecho.
-¡Hey! ¡Estaba trabajando! Además…- sacó de su casaca desgastada de color marrón un pequeño paquete envuelto con papel, parecía haber estado debajo de algo, ya que tenía gotitas de suciedad y no sé qué otra cosa manchándolo –tenía que ir por esto con cautela, no querrás que te descubran, ¿o sí?-
-¡Magnífico!- dije tomando el paquete sabiendo que era obviamente con mucho entusiasmo –creo que lo necesitaré de ahora en adelante-
Él me miró con duda.
-¿perdón?- inquirió.
-lo que oyes- dije ignorando aquello que me decía, sería el comienzo de una clara discusión bastante extensa, siempre era lo mismo, de él, y los que conocía. Cosas como “deberías cuidarte de lo que dice la gente, que una señorita en tu posición lea esa clase de cosas y solo muestre interés en ese tipo de cosas no es bien visto por la sociedad”, sin embargo, a ellos no parecían llegarle la clara noticia que siempre le digo a los juglares que divulguen “a mí no me importa que diga la sociedad”. Ese tipo de enseñanzas, lecturas, todo era visto como arte oculto y demoniaco. Solo era la ciencia más primitiva que podría existir, pero las personas no lo veían de esa manera. Es algo normal en personas que no entienden el significado de determinada cosa, en vez de encontrarle alguno, solo señalan y dicen que es malo por equis o ye circunstancia.
Me parece algo bastante… ortodoxo y excesivamente anticuado, pero era la época que se estaba atravesando, así que no habría nada de qué quejarse. En cuanto a Jonathan, mi primo era tan conservador, que a veces me daba realmente risa, a pesar de ello, era uno de mis mayores confidentes, lo llamo de esa manera para no decir “único” y que suene dramático, aunque sea la realidad. Siempre hacía lo que le pedía, y me ayudaba en lo que podía, a veces me daba unos sermones peores que los de algún cura o los de mi madre que duraban horas.
Suspiró al parecer resignado. Lo estaba ignorando efectivamente.
-¿sucedió algo más?-
-pensé que jamás lo preguntarías-
-bien, ya lo hice-
Alcé mi mirada hacia él, tratándoselo de decir con mis ojos, expresarle mi extraño temor, que sentía algo demasiado confuso y quería acabar con eso, quería irme, esconderme, no me gustaba lo que comenzaba a volcarse sobre mí.
-¿y bien?-
-papá me comprometió-
Se impresionó mucho
-Oh…- guardó una larga pausa –no sabía que… tenías un pretendiente-
-si te contenta, yo tampoco lo sabía-
-¿Quién es?-
-Sir Tenebrae… Vladimir… como quieras llamarlo.-
Se quedó mudo por unos minutos.
-Añadiría un “estoy nerviosa, no me gusta esa decisión” pero mi decisión no cuenta, ¿no es así? Nací mujer en esta sociedad machista y debo hacer lo que quiera mi padre, aunque eso arruine mi mediocre existencia-
-todo lo que hace Nehemías es por tu propio bien-
-gracias por ponerte de su parte.-
-¡Eres una señorita! ¡Toda mujer a tu edad ya está casada!- dijo levantándose del suelo, sacudiendo sus ropajes y alisándolos
-dieciocho años que prácticamente acabo de cumplir no son nada- inquirí desviando mi mirada enojada -¿Qué rayos me obliga a amararme a un hombre? ¿Por qué tendría que vivir con alguien que mi padre escoja? ¿Soy acaso un trofeo? ¡Prefiero estar maldita de por vida!-
-¡No hables de esa manera! ¡Maldecirte a ti mismo es tan malo como maldecir a Dios!-
-¡Perfecto!- dije levantándome –no tengo nada en su contra, sin embargo, repito todas mis palabras anteriormente mencionadas sin vergüenza alguna-
-Eres tan obstinada…- murmuró, lo miré con determinación –regresaré al trabajo, no te metas en líos- dijo despidiéndose, me estaba evitando, lo sabía. Sin embargo le dediqué una sonrisa y lo vi irse, entonces me volví a dejar caer en el césped.
Todo estaba bien, esa solo había sido una riña como la que siempre teníamos de niños, abrí el paquete me que había traído en el que habían un par de libros, entonces los desempolvé. Uno era de conjuros y el otro de demonios. El segundo era el que más ansiaba ver, desde que había visto a Vladimir en la reunión lo había recordado, ojeé el libro un par de veces antes de esconderlo de nuevo y recuerdo haber visto algo familiar, solo que papá casi me descubre, así que no recuerdo concisamente que fue.
Me urgía saber que era. Toda cosa relacionada con Vladimir me serviría como pretexto para quitármelo de encima.
Encontré entonces algo en la página 667, hablaba de una leyenda que databa de los comienzos del milenio, quizás en el 1100 de nuestra era o algo así, hablaba de cruzados, guerras santas, y todas esas barbaridades de la época. Continué leyendo hasta que me encontré con algo interesante, un nombre y una marca.
Vladimir y una especie de sello.
Me levanté despavorida. Era solo un nombre, pero no había fotografía. ¿Era él?, era algo irracional, claramente podría ser una casualidad, ¿Cuántas personas se llaman Vladimir? ¿Por qué el viviría desde tanto tiempo? ¿Cuándo era? ¿Seiscientos años? Una baja parte de mi me decía que buscara más, la curiosidad maldita se venía sobre mi otra vez, así viviría de por vida, era como un adictivo mal. Me sentía tan intimidada que me enfermaba, tenía miedo, curiosidad y mucha adrenalina.
Tomé el libro y me abracé a él. Comencé a correr, quería ir a mi habitación, no obstante, uno un inconveniente en el camino, una persona. Se estrellé contra un cuerpo que estaba estático en el jardín, no lo había percibido. Levé mi vista encontrándome con un par de ojos marrones que claramente me impresionaron, quizás Prometeo había bajado del Olimpo otra vez para burlar a Zeus, juro que jamás había visto nada igual, pero quizás la humanidad que me negaba a conocer estaba llena de esa clase de sorpresas, no podría estar segura nunca.
Solo sé que la ira me consumió. Yo quería irme cuanto antes y ese chico se me atravesaba en el camino.
-¿Quién eres?- pregunté como es obvio. Solo curvó sus labios de cerezos…